Texto | La ciudad y la máscara: la CARAcas, de Aaron Sosa por Kelly Martínez Grandal (Venezuela)
¿Qué se piensa cuándo se piensa en Caracas? ¿Cuándo se está lejos? ¿Cuándo no se le conoce? ¿Cuándo se está adentro, cuándo es la casa y el tiempo? Complejo e inútil sería intentar definir esta ciudad, esta geografía atrapada entre montañas, este mezclarse de sangres, idiomas, idiosincrasias y culturas; este caos particular que, como todo caos, tiene también su orden. Caracas, capital que hace homenaje a su denominación geopolítica y concentra todo tipo de capitales en un país por siglos centralizado: el humano, el económico y, por ende, el existencial. Todo se encuentra aquí, todo convive, todo se junta y revuelve.
Atrás quedaron los años de derroche y carnaval. Esos que convirtieron a esta ciudad en un sinfín de disfraces para exportarle al mundo, en una identidad construida por Misses y petróleo, en una máscara tras la cuál se corre el maquillaje. Del antiguo delirio, queda tal vez la belleza de la ruina. La decadencia vibrante de quien se aferra a la careta para continuar la fiesta.
Pero está también la Caracas real, la de rostro múltiple e uniforme, la que se maquilla y asume dignamente los vestigios del tiempo. La que se levanta día a día y trabaja, vive y tiene sueños. La que sólo se descubre ante los ojos atentos de quién realmente quiera verla. Los caraqueños nos quejamos de que aquí no sucede nada grandilocuente y eso es cierto, como también es cierto que grandilocuencia no equivale a trascendencia. Lo trascendental se halla, tal vez, en los mínimos detalles, en el transcurrir mismo de las cosas, en eso que acontece siempre, que se repite constante y que siempre escapa a ojos no atentos.
Las fotografías de Aaron Sosa, al contrario, pertenecen al bando de los que sí saben ver, el de los ojos avizores. Tal vez porque es caraqueño y conoce esta ciudad que ha vivido y lo ha vivido. Tal vez porque es fotógrafo y el tiempo y la historia le han endilgado a los fotógrafos la misión de ser los eternos cazadores del instante, los descubridores de lo oculto, los que rasgan siempre los mágicos velos de la apariencia. Quieran o no, tienen que cumplirla, independientemente del lenguaje que hablen.
La Caracas fotografiada por Sosa se ha quitado el “más” para convertirse en “cara”. Ante él, la ciudad se desnuda y se devela en sus más íntimas verdades. Le confiesa pequeños secretos a la cámara de este espectador oblicuo, de este artífice de las sombras y los reflejos. Sus imágenes cumplen a cabalidad aquella frase lapidaria de “espejos y ventanas” pronunciada por el crítico de fotografía John Szarkowski y que dio título al que sigue siendo, tal vez, el más famoso de sus ensayos. No sólo porque para Sosa la fotografía sea una ventana donde proyecta la imagen de su alma, si no –y sobre todas las cosas- porque utiliza estos elementos como herramienta para componer a una Caracas que se revela en sus detalles más ínfimos. Detalles que reúnen, pertinentemente, las fases y la faz de un espacio y una vida inagotables, en eterna construcción.
No se encontrarán aquí los símbolos de identidad típicos de Caracas, no son estas imágenes de postal. No hay torres de Parque Central, Plaza Bolívar o Misses con corona y brillitos. Las fotografías de Sosa deconstruyen el mito para asirse a la realidad de una ciudad que, como todas, supera siempre la teatralidad de las representaciones aún y cuando la fotografía misma sea una representación.
Tal vez nada importante pueda saberse sobre Caracas a través de estas fotos. Ya se ha dicho antes que aquí no sucede nada grandilocuente. Pero nos ayudan a ver, con ojos ajenos lo que, de otra manera, no hubiésemos podido ver. A pesar de las críticas que, últimamente se le han hecho a la fotografía documental y directa, las imágenes de este caraqueño nos demuestran que, al contrario de lo que piensan muchos, la realidad no está agotada para los fotógrafos porque, simplemente, es imposible que la realidad se agote.
Lo que sí puede saberse, a través de estas imágenes, es que el fotógrafo se ha dedicado a viajar esta ciudad y convertir la experiencia en un rito de iniciación. Como a todo iniciado, los misteriosos secretos que esconde el ritual, se le revelan. Las imágenes son testigos de su tránsito, de saber que nunca terminamos de conocer ni lo que creemos conocido y que la fotografía y la vida –que para éste fotógrafo no vienen a ser sino una misma cosa o casa- son un constante descubrimiento.
En el particular caso, el descubrimiento de una ciudad difícil, una que oculta horrores tras la belleza y belleza tras lo terrible. Sus fotografías dan constancia de ello, de lo que devela ocultando y lo que oculta develando. De una Caracas que a veces resquebraja las máscaras para exponer la mutable verdad de su rostro.
Kelly Martínez.
Caracas, agosto del 2009.
Para ver el trabajo CARAcas